Al alba.

…Y estando solo los dos en la recamara, nada nos perturba, todo está silente, ya ni siquiera el reloj se escucha mas, pareciera haberse detenido exactamente a las 4:20, sin embargo, esa hora hace mucho que dejo de ser, ¿Qué como lo sé?, pues porque el sol comienza a emerger, los tenues rayos de luz que se cuelan entre las persianas así lo demuestran.

Alcanzo a distinguir tenuemente tu silueta, estas ahí junto a mí, recostada, ni tú ni yo decimos nada, no es preciso romper el silencio. De pronto, algo corrompe mi calma; una extraña tibieza alcanza a mi mano derecha, no sé que es, no puedo reconocerla. Lentamente levanto mi mano y la acerco al rostro, un aroma ferroso excita de golpe a mi olfato, casi sin poder evitarlo, acerco los dedos a mis labios. Ahora lo comprendo todo.

Decido levantarme. Lentamente me yergo, de repente, el silencio es roto por el inconfundible sonido de un metal que cae al suelo, no le doy importancia. Al estar completamente de pie, puedo apreciar totalmente la escena.

Tú sigues ahí, tan callada, estas y no estás, con la mirada perdida, como si lograses ver algo más allá de las paredes.

Yo, tranquilamente, tomo mi saco y me dispongo marcharme, pero algo hizo que me detuviese en el umbral de la recamara. En mi mente, se recrea una familiar escena:

-¿Ya te tienes que ir?
- Sabes que me marcho al alba.
-¿Pero, vas a regresar verdad?

Al recordar estas palabras, tuve el impulso de responderlas en voz alta, aunque nadie haya hecho la pregunta en realidad:

- No preciosa, esta vez no volveré…

Manuel Garcia Nuño

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